viernes, 19 de noviembre de 2010

Paseando por Iruña.


La primera vez que anduve por las calles de Pamplona (y desde entonces un trocito de mí se quedó para siempre en esas calles y por aquellas tierras) me sucedió algo muy curioso y que, supongo, ya le habrá pasado a más de uno, o una. Y es que, mire usted, buscando la conocidísima Plaza del Ayuntamiento fui a atraversarla sin darme ni cuenta. Estaba perplejo, ¿ dónde se encontraba? Y el caso es que según el mapa... Y fue al volver sobre mis pasos, recorriendo a la inversa un buen tramo de la Cuesta de Santo Domingo, cuando me vi de improviso en plena plaza. Al darme la vuelta me topé de lleno con la familiar fachada rococó del Ayuntamiento. Y caí en la cuenta, claro. ¿ Cómo era posible no haberlo visto antes? Está visto que mi despiste a veces roza lo increíble, pero ya estoy acostumbrado. Acaso sin quererlo, había experimentado lo que antes de esta ocasión, y también después, he oído en boca de mucha gente: "creía que la plaza era mucho más grande..." Sin duda, las conocidas imágenes de esta preciosa plaza durante las multitudinarias fiestas de San Fermín, concretamente en el momento del tradicional Txupinazo que da comienzo a las mismas, completamente abarrotada de rugiente personal, dan una idea inexacta de sus verdaderas proporciones. Personalmente la prefiero como la vi en aquella ocasión y como la he vuelto a ver siempre que paso por la ciudad del Arga: sencilla, apacible, y con el tranquilo ir y venir cotidiano de la gente. Todo un lujo.

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